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Somos Bautistas

La oración, privilegio y disciplina, es respuesta a la gracia de Dios

 

El cristiano aprende a orar de la mano de Jesucristo, como muestra la Escritura en Lucas 11:1-4. La narrativa bíblica refiere que “uno de sus discípulos le dijo: Señor enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos.” Tal petición activó en el Maestro una respuesta inmediata, ante la necesidad manifiesta de quienes debían practicar con solvencia tal disciplina y disfrutar del privilegio de la gracia de Dios.

Una idea de Tomás W. Hunt, profesor jubilado del Seminario Bautista Southwestern y ex director retirado del ministerio de oración de LIfeWay Christian Resources, descansa en que durante toda su vida el ser humano tiene en la oración “el privilegio más grande y la mayor fuente de poder”…  Asegura que “la oración es un don precioso de Dios que nos da el derecho y el privilegio de hablar con Él en cualquier momento y en cualquier lugar.” Todo esto bajo la certeza de que “la puerta siempre está abierta” y que “Dios siempre nos escuchará y responderá.” (Citado por Hayward Armstrong, en su libro “Más cerca de Dios”).

El discípulo dispuesto al desarrollo personal y al ejercicio ministerial siempre buscará una oportunidad para aprender de Cristo Jesús, a conciencia de que el Señor estará listo para enseñarnos. Y nosotros, dispuestos a desaprender para reaprender. Porque hay muchos prejuicios y malas prácticas que se han adquirido en torno a la oración, que dificultan un buen aprendizaje. Por ejemplo, la oración no es un rezo, ni tampoco un discurso perfecto y acabado, con palabras rebuscadas y adornadas. No es tampoco una gritería, ni una demanda o reclamo que hacemos a Dios.  A Él nos sujetamos en oración, con la expectativa propia de un adorador “en espíritu y en verdad.”

Cristo Jesús enseña en primer lugar que la oración debe estar dirigida al Padre, en reconocimiento absoluto de Su persona y de que somos sus hijos (Juan 1:11-12) y nos identificamos como tales. Un gran privilegio es tener al Creador de la vida, Señor de todo cuanto existe y el gran YO SOY, como nuestro Alto Refugio. Él es “Abba Padre” en los escritos de Pablo y Su presencia en y con nosotros es tan vital que dependemos de su accionar diario para dirección, sabiduría y perdón.

En segundo lugar, entendemos que su morada está en los cielos, aunque siendo Omnipresente transciende a todas las cosas, en todo lugar. La enseñanza Cristo céntrica está en que podemos mirar hacia arriba y depender de Él porque “toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza ni sombra de variación” ( ). Es tan seguro que nuestra confianza está cimentada en Su poder y Su posición excelsa, como roca eterna y dador de todo bien. Por eso, somos llamados a posar la mirada en las cosas da arriba, no en las de la tierra (Col. 3:1-2), donde la polilla y el orín corrompen.

La oración enseñada por Cristo nos impulsa, en tercer lugar, a pronunciar la frase “Santificado sea Tu nombre”, con una clara indicación a la continuidad del proceso comenzado por el Señor en nuestras propias vidas (Ef. 4:13). Todo creyente sabe que el Señor es Santo. Pero la Escritura exhorta a que, aprendiendo del mismo Dios, todo cristiano busque por igual la santidad y exprese en la conversación con Él su anhelo de santificación, como obediencia al mandato bíblico en el accionar del Espíritu Santo (1 Pedro 1:14-16). De esa forma, el discípulo proyecta al mundo un testimonio fiel del ministerio divino, en bien del prójimo.

También el aprendizaje nos lleva a valorar el propósito de Dios para la vida del hombre, al expresar nuestro deseo de que “venga Su reino.” Al ser justificado por Jesucristo, el creyente considera que su vida de servicio al Señor y la obra que debe desarrollar tiene que ser en sujeción al Rey de reyes (Juan 18:36). Somos súbditos y por eso el corazón llamado y apartado para servir ha de estar gobernado solo por quien lo convocó a los ministerios. En el fondo, es la vida sujeta al Espíritu de Dios la que puede producir fruto, más fruto y mucho fruto (Juan 15).

En especial y antes de suplicar por pan, perdón y protección para nosotros, el cristiano que ora según Cristo Jesús debe conocer, comprender y aplicar, el propósito de Dios para la vida de todo humano (Juan 6:38). Por eso Jesucristo, antes de referirse a las peticiones propias de cada persona, instruye a solicitar del Padre que se haga aquí y ahora Su voluntad, “como en el cielo, así también en la tierra.”  Esta lección es un reconocimiento a la Soberanía que ejerce el Señor y al poder que emana de Él para un accionar del cristiano obediente (Rom. 12:1-2), en sentido expreso, pero igual en su carácter permisivo para todo hombre.

Es un privilegio orar al Padre, en el nombre de Cristo Jesús y bajo dirección del Espíritu Santo, pero también es una disciplina del cristiano que responde a la gracia de Dios. Al estar sujetos a la misma presencia del Señor, reconocemos que es Dios nuestro, posicionado en las alturas, en santidad, majestad y voluntad, como lo expresa su Palabra. ¡¡Dios nos ayude a orar así!!

Pr. Elier J. Romero Miranda

Director General de la CNBV

 

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