Es notoria la realidad sublime del matrimonio para crear el hogar y una sociedad saludable, por el propósito divino. Una situación adversa planteará la generalización de un caos profundo de la humanidad, como consecuencia de la negación de la intervención de Dios en los planes de la familia. Y esto último es contrario a todo el concepto que nace del corazón del Señor, de acuerdo a lo que dice la Biblia.
Como en la creación, Dios formula el orden y su supremacía ilumina y origina las pautas de la raza humana, desde el establecimiento de Adán y Eva en el huerto del Edén (Gén. 1 y 2). Las instrucciones de Él para la primera pareja son exactas, sobre la base de llevar frutos y reproducirse, llenar la tierra y gobernarla, ejerciendo poder sobre todo animal (Gén. 1.28). En el primer escenario entran los hijos y la familia, a pequeña y gran escala. Más allá de esto, surgieron las indicaciones para la obediencia al mismo Dios y la sumisión dentro del núcleo humano.
Hubo entonces leyes y normas divinas que comenzaron a regular las relaciones, primero entre Dios y el hombre y luego entre todos los seres humanos. El Señor ordenó a su pueblo amarle a Él “de todo corazón, alma y fuerzas”. Y subrayó: “Estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón. Se las repetirás a tus hijos, y les hablarás de ellas estando en tu casa y andando por el camino, al acostarse y cuando te levantes. Las atarás como una señal en tu mano, estarán como frontales entre tus ojos; las escribirás en los postes de tu casa y en tus puertas” (Deuteronomio 5: 5, 6-9).
Es evidente que la gran falla de los hogares de entonces y ahora está en el desacato a estos mandatos y principios indispensables. Cuando Dios ordena, los matrimonios han de sujetarse a la norma bíblica. No basta casarse, ni siquiera hacer los votos nupciales ante el altar, si las parejas no están conscientes de las demandas del Señor y de sus implicaciones para la obtención de los éxitos de la vida diaria. Es la verdad del cielo la que nos desafía en la formulación de los planes familiares, que parten del mismo matrimonio.
Toda pareja que se une en el nombre del Señor, bajo sus mandamientos y principios, ha de preocuparse por ser discipulada y, al mismo tiempo, crear un escenario adecuado para la formación de los niños. Una educación a la luz de la Palabra y la iluminación del Espíritu Santo, es primordial en todo hogar cristiano y esencial en la vida del pueblo bautista. El discipulado inicial y básico debe hacerse en casa, con los padres educando a los hijos sobre la oración y la meditación bíblica, pero en lo fundamental con el ejemplo de los progenitores.
A lo interno del hogar, los padres cristianos pueden tener la garantía de un ambiente familiar confiable, un clima espiritual adecuado y la temperatura precisa para obtener y dar conocimiento bíblico, convocar a la experiencia de una vida personal bajo el señorío de Cristo y aplicar junto a los hijos las enseñanzas de la vida discipular. Es viable y apropiada la Escritura cuando plantea esta experiencia en el testimonio de otros creyentes, motivando a un desarrollo cristiano ejemplar y de impacto a la comunidad.
Cuando Pablo escribe a los efesios (5:25 –6: 1-2), exhorta a los maridos a amar a sus mujeres, a ellas a respetar a sus esposos, a los hijos a obedecer y honrar a los padres, y a éstos a criarlos en la disciplina del Señor. Estos son relevantes consejos bíblicos que tienen el propósito no solo de establecer relaciones saludables en el matrimonio, sino también el de servir de ejemplo a las nuevas generaciones.
Un hogar, que en lo esencial es cristiano, encarna la verdadera manifestación del evangelio de Cristo Jesús. La fe no se relega a una organización religiosa, ni a la prédica verbal de los hechos escriturales, sino que se lleva en la vida plena y se ejercita a diario. Por eso, cada hogar saludable donde reina el Señor Jesucristo se constituye en un brazo extendido del reino de Dios para la proclamación de la Palabra, primero hacia adentro y luego hacia afuera.
Bajo el lema de “Jesús, transformación y vida”, es posible lograr hogares discipulados. ¡¡Sea Dios glorificado en este accionar de cada familia!!